martes, 12 de agosto de 2008

Síndrome de Acomodación al Abuso Sexual Infantil

El síndrome de acomodación al abuso sexual infantil (SAASI)


Summit denomina de esta manera a los comportamientos típicos que permiten que una niña o un niño puedan sobrellevar situaciones de victimización reiteradas sin que se observen trastornos llamativos en la adaptación social o en el rendimiento escolar. Es decir, que se trata de un conjunto de conductas que, de estar presentes, constituyen indicadores psicológicos altamente relacionados con las vivencias abusivas.
Dice Summit: “éste síndrome está compuesto por cinco categorías, dos de las cuales definen la vulnerabilidad básica de los niños mientras las otras tres son secuelas contingentes del ataque sexual. Estas categorías son:
el secreto;
la desprotección;
el atropamiento y la adaptación;
el develamiento tardío y poco convincente; y
la retractación.
...Estas categorías reflejan no solo la realidad que se impone sobre las víctimas sino que representan francas contradicciones a las suposiciones mas comunes de la mentalidad adulta...

1. El secreto
Summit lo describe de esta manera: “ la iniciación, la intimidación, la estigmatización, el aislamiento, la desprotección y la culpa dependen de una de las características aterradoras del abuso sexual infantil: ocurre solamente cuando el niño se encuentra a solas con el ofensor y jamás es compartido con nadie.
Ningún niño está preparado para la posibilidad de tener un acercamiento sexual con un adulto de su confianza.
Tal posibilidad es un secreto muy bien guardado incluso entre adultos. Por lo tanto el niño queda a merced de la persona intrusiva para asignar cualquier valor de verdad a la experiencia. En medio de todas las explicaciones inadecuadas, ilógicas, destinadas a autojustificarse o a autoprotegerse que brinda el adulto, la única impresión consistente y significativa que percibe la niña es de que se trata de algo peligroso y temible en función del secreto que rodea el contacto.
“este es nuestro secreto, nadie lo entendería”, “no le cuentes a nadie”, “nadie te va a creer”, “no le cuentes a tu madre (a) ella te va a odiar, (b) ella me va a odiar, (c) ella te va a matar, (d) ella me va a matar, (e) ella se va a morir, (f) ella te va a echar de la casa, (g) ella me va a echar de casa, (h) la familia se va a destruir y te vas a quedar en un instituto. “Si le contás a alguien” (a) no te voy a querer más, (b) te voy a pegar, (c) voy a matar a tu perro o (d) te voy a matar.
Más allá de la suavidad o de lo amenazante que suenen las intimidaciones, el secreto le demuestra a la niña que algo malo y peligroso está sucediendo. El secreto es al mismo tiempo la causa del miedo y la promesa de salvación:” todo va a estar bien si no le contás a nadie”...
Habitualmente una niña normal nunca pregunta ni cuenta . contradiciendo la suposición generalizada de que tenderá a buscar ayuda, la mayoría de las víctimas reconocen en estudios retrospectivos que no lo han contado a nadie durante la infancia. Afirman haber temido de que se los culpara por lo sucedido o que el adulto no abusivo no fuera lo suficientemente protector como para impedir la venganza del ofensor. Muchas de las personas que habrían pedido ayuda, manifiestan que sus padres se volvieron histéricos, los castigaron y fingieron que no había pasado nada.
Si la niña no consigue cierto permiso y cierto poder para compartir el secreto y si no existe la posibilidad de una respuesta comprometida y no punitiva, puede pasar toda su vida en un exilio autoimpuesto de la intimidad, de la confianza y de la propia valoración.

2. La desprotección.
Según el autor, las expectativas de los adultos de que la niña se proteja a si misma y revele el abuso de inmediato ignora la subordinación básica y la desprotección en que se encuentran los niños dentro de vínculos autoritarios. A los niños se los enseña a evitar los contactos con extraños, pero se les inculca que deben ser obedientes y cariñosos con cualquier adulto que se encargue de sus cuidados. Los desconocidos, la gente “rara”, los secuestradores y otros monstruos constituyen coberturas convenientes tanto para los niños como para los padres que enmascaran un riesgo mucho mas temible e inmediato: la traición que ocurre en una relación de vital importancia, el abandono por parte de cuidadores y la destrucción de la seguridad familiar básica.
Los resultados de las investigaciones llevadas a cabo hasta ahora coinciden en ciertos datos estadísticos poco tranquilizadores: es tres veces probable que un niño sea molestado sexualmente por un adulto conocido y de confianza que por un desconocido.
Uno de los corolarios de la expectativa de que la niña se proteja a sí misma es la presunción general de que si la víctima no se queja, en realidad está consintiendo la relación. Esta relación resulta altamente dudosa y se incluyen las “míticas” situaciones de la adolescentes seductoras. Aún cuando las adolescentes pudieran ser sexualmente atractivas, seductoras o deliberadamente provocativas, debe quedar claro que los niños no tienen el mismo poder para negarse a los pedidos de una figura parental o para prever las consecuencias de hacer acercamientos sexuales con adultos responsables de sus cuidados. La ética más elemental señala que ante tales equívocos, la responsabilidad de evitar toda actividad sexual clandestina con un menor recae en el adulto.
Sin embargo, en la realidad, las niñas elegidas como compañeras sexuales, con frecuencia no son ni sexualmente atractivas ni seductoras en el sentido convencional. El estereotipo de la adolescente seductora es una creación tanto del develamiento tardío como del deseo dominante del adulto de definir el abuso sexual del niño en los términos de un modelo que se aproxime al comportamiento lógico de los mayores.
La realidad predominante para la mayoría de las víctimas de abuso sexual no se trata de experiencias que ocurren en las calles o en las escuelas, ni de una vulnerabilidad a dos puntas de ciertas tentaciones edípicas sino que más bien consisten en la intrusión progresiva, insidiosa y sin precedentes de actos sexuales llevados a cabo por un adulto investido de poder en una relación unívoca víctima-víctimario. El hecho de que con frecuencia el perpetrador forme parte del vínculo de confianza y se encuentre en una situación afectuosa, solo incrementa el desequilibrio de poder y el grado de desprotección en que se encuentra la menor...
Al igual que las víctimas adultas de una violación, se espera que estas niñas se resistan utilizando la fuerza física, que griten pidiendo ayuda o que intenten escapar. En la mayor parte de los casos, las víctimas no hacen nada de esto.
La reacción normal es disimular, fingir que siguen durmiendo, cambiar la posición en la cama o cubrirse con las sabanas. Las más pequeñas no saben utilizar las fuerzas para evitar amenazas que las desbordan.
La desprotección inherente a los niños no encaja dentro del tan proclamado sentido del libre albedrío en los adultos. Para que una persona adulta se arriesgue a empatizar con la protección absoluta de la infancia necesita ser cuidadosamente guiado; hemos pasado años reprimiendo y tomando distancia de tal horror. La tendencia de los mayores es a despreciar la protección y a criticar a quienes se someten a las intimidaciones con facilidad. Se suele considerar a las víctimas como cómplices a menos de que se compruebe que el consentimiento se obtuvo mediante la utilización de la fuerza o de amenazas de violencia. Deberíamos recordar que una acción silenciosa o un gesto por parte de un progenitor reviste características coercitivas para un niño dependiente y que para una criatura, la amenaza de perder el amor o la seguridad familiar resulta más atemorizante que cualquier amenaza violenta.
En este apartado, Summit hace una acotación que es interesante para que los adultos testigos del relato de los niños tengan en cuenta: “por lo general, cuanto más ilógica e increíble nos parezca la escena de iniciación a los adultos, mayor es la probabilidad de que la dolida descripción aportada por la víctima sea verídica.
Resulta engañoso a veces pensar que “un padre afectuoso no actuaría desde ningún punto de vista según cuenta la niña; aunque más no sea, resulta increíble que se arriesgue de una forma tan extravagante. Este análisis lógico contiene al menos dos suposiciones ingenuas: 1) que los acercamientos sexuales se hacen bajo una base racional y 2) que implican situaciones de riesgo para los adultos. Tener comportamientos sexuales con niños no constituyen un gesto reflexivo de afecto, más bien se trata de una búsqueda compulsiva y desesperada de aceptación y sometimiento. Los riesgos de ser descubiertos son mínimos, sobre todo si la niña es muy pequeña y mantiene un vínculo previo de autoridad y afecto. Los hombres que utilizan a los niños como parejas sexuales recuerdan rápidamente algo que sigue pareciendo increíble para los adultos menos impulsivos: las criaturas dependientes se encuentran en un estado de indefensión para resistirse o quejarse.

3. El atrapamiento y la acomodación.
Al respecto dice Summit: “cuando la niña se vuelca en un vínculo de dependencia, el acercamiento sexual no constituye un episodio que ocurre solo una vez. El adulto puede sentirse atormentado por los remordimientos, por la culpa, el temor y la determinación de no volverlo a hacer, pero la cualidad prohibida de la experiencia sumada a la facilidad con que ha conseguido consumarla , parecen ser invitaciones para la reiteración. Comienza a desarrollarse un modelo conductual compulsivo y adictivo que continúa hasta que la niña alcanza la autonomía o hasta que el develamiento y la prohibición forzada se imponen sobre el secreto.
La única posibilidad de detener el abuso es que la niña busque protección o que se busque una intervención en forma inmediata. Si esto no sucede la única alternativa saludable que le queda a la víctima es la de aprender a aceptar la situación y a sobrevivir. No hay salida, ni existe un lugar donde poder ir.
Un niño sano, normal y emocionalmente flexible aprenderá a acomodarse a la realidad del abuso sexual continuado. El desafío que debe enfrentar es no solo el de acomodarse a los requerimientos sexuales cada vez más intrusivos sino también a la mayor toma de conciencia acerca de la traición y de su transformación en un mero objeto por parte de una persona a la que habitualmente se la idealiza como una figura protectora, altruista y afectiva. Muchas conductas rotuladas como patológicas en el funcionamiento psicológico de adolescentes y adultos, se originan en las reacciones naturales de un niño sano a un ambiente parental profundamente antinatural y enfermo.
La dependencia patológica, la tendencia al autocastigo, las automutilzaciones, la reestructuración selectiva de la realidad y los trastornos de personalidad múltiple, para nombrar solamente algunos, representan habitualmente vestigios de habilidades aprendidas dolorosamente en la infancia.
La niña sumergida en la inermidad de la victimización continuada debe aprender alguna forma de obtener la sensación de poder y control. A una criatura no le resulta sencillo conceptualizar que su progenitor es despiadado y egoísta; esta conclusión equivale a sumirse en el abandono y el aniquilamiento. La única opción aceptable resulta creer que ella provocó estos dolorosos encuentros y tener la esperanza de que aprendiendo a ser buena, conseguirá ser amada y aceptada. La suposición desesperada de su responsabilidad junto con el fracaso inevitable para sentirse aliviada, constituyen las bases sobre las que asienta el odio a sí misma y lo que Shengild denomina una fractura vertical en la prueba de realidad.
El padre abusivo muestra una demostración gráfica e instruye a la víctima acerca de cómo se es buena. La niña debe estar disponible para los requerimientos sexuales si protestar. Siempre existe una promesa explícita o implícita de recompensa. Si la nena es buena y mantiene el secreto, puede proteger a sus hermanas de los acercamientos sexuales (“es bárbaro contar con vos para que me quieras, sino tendría que hacerlo con tu hermana más chica”), a la madre de la desintegración (“sino contara con vos tendría que estar por los bares buscando mujeres”) y, fundamentalmente preservar la seguridad del hogar (“si llegas a contar me meterían preso y todas ustedes irían a institutos”).
En una clásica reversión de roles del maltrato infantil, se le confiere a la niña el poder de destruir a la familia y la responsabilidad de mantenerla unida. La niña, y no sus progenitores, es la que debe poner en juego su altruismo y su auto control para garantizar la supervivencia de los demás.
No quedan dudas de que se produce una fractura inevitables en los valores morales convencionales. La máxima virtud consiste en mentir para mantener el secreto, mientras que el mayor pecado consiste en decir la verdad. De esta manera, la niña victimizada, parecería aceptar o buscar el contacto sin protestar.
Si la niña no logra crear una economía psíquica para conciliar los continuos ultrajes, la intolerancia a la desprotección y los crecientes sentimientos de rabia buscarán expresarse de alguna forma. Por lo general, esto lleva a conductas autodestructivas y al refuerzo del odio a si mismas, a la automutilización, a intentos suicidas, a actividades sexuales promiscuas y a reiteradas fugas del hogar. También pueden aprender a sacar provecho de los privilegios, favores y recompensas que le puede ofrecer el padre, lo que en el proceso, refuerza la imagen autopunitiva de “prostituta”. Puede pelear con ambos progenitores pero focaliza toda su rabia en la madre, a quien reclama haberla abandonado en las manos del padre. Supone que, la madre, este enterada del abuso y que, o no le preocupa o es totalmente ineficaz para intervenir. La etapa final de este mecanismo es creer que es un ser tan intrínsecamente corrupto que a nadie le preocuparía cuidarla. El fracaso de la relación madre hija refuerza la desconfianza que la adolescente siente con respecto a sí misma como mujer y la torna todavía más dependiente con la patética esperanza de ser aceptada y protegida por un hombre abusivo.
Los varones victimizados presentan una tendencia más marcada a manifestar su rabia a través de comportamientos agresivos y antisociales. Se muestran más intolerantes que las niñas con su propia desprotección y tienden a racionalizar que están utilizando la relación para su propio beneficio personal.
El abuso de drogas es otra forma de escape para las víctimas de ambos géneros.
Conviene reiterar que todos estos mecanismos de acomodación –el martirologio doméstico, la fractura de la realidad, los estados alterados de conciencia, los fenómenos histéricos, la delincuencia, la sociopatía, la proyección de la rabia y aún la automutilación –forman parte de las habilidades para la pervivencia de la víctima.


4. El develamiento tardío, conflictivo y poco convincente.
Continúa Summit. “la mayor parte de los casos de abuso sexual no se conocen jamás, a menos fuera del núcleo familiar. Los casos tratados, informados o investigados, constituyen la excepción y no la norma. El develamiento se produce como consecuencia de un conflicto familiar abrumador, del descubrimiento accidental por una tercera persona, o al alcance sensible y a la divulgación comunitaria a través de las agencias de protección a la infancia.
Cuando el factor que desencadena el develamiento es un conflicto familiar, habitualmente significa que el abuso sexual ha ocurrido durante años y se ha producido una ruptura en los mecanismos de acomodación.
La joven debe permitirse revelar el secreto en una crisis de rabia después de alguna discusión familiar especialmente punitiva en la cual el padre ha hecho ostentación de su autoridad. La adolescente busca comprensión y desea la intervención en el momento en que tiene menos posibilidades de encontrarlas. Las autoridades están descolocadas debido al comportamiento delincuente y a la intensa furia rebelde que expresa la muchacha... Se supone que inventa la historia para vengarse de los intentos paternos para imponer un control y una disciplina razonables. Cuanto mas abusivo e irracional sea el castigo impuesto, mayor es la desconfianza que despierta lo que dice la jovencita. Se suele pensar que una muchacha es capaz de cualquier cosa para evitar las penitencias, es capaz aún, acusar a su padre falsamente.
Agrega que no importa el estado emocional en el que una adolescente devela una situación abusiva crónica. Tanto el descontrol afectivo como el control más estricto sirven para invalidar su relato: “si la joven es una delincuente, hipersexual, contrasexual, suicida, histérica, psicótica o perfectamente adaptada, o si está furiosa, evitativa o serena; cualquier emoción que demuestre o cualquier mecanismo de adaptación que haya utilizados serán interpretados por los adultos de manera tal que invalide sus denuncias.
En lo que se refiere a las madres de las niñas y los niños victimizados, afirma: “contrariamente, habitualmente a lo que se cree, la mayoría de las madres no estan al tanto de los abusos sexuales que ocurren en sus hogares. El matrimonio requiere de alto monto de confianza ciega y de negación para subsistir. Ninguna mujer compromete su vida y su seguridad con un hombre que se muestre capaz desde un principio, de molestar sexualmente a sus propios hijos. Los detalles obvios de la victimización cobran estas características solo retrospectivamente. La suposición de que la madre debería haber sabido, equivale al reclamo de la niña de que la madre debe estar en contacto de forma intuitiva con un trastorno emocional invisible, y más aún oculto con total deliberación.
Las madres en estos triángulos incestuosos, desde su lugar de dependencia tanto de la aprobación como de la generosidad de los padres, se ven confrontadas con dilemas fragmentadores del psiquismo del mismo estilo que los que enfrentan sus hijas. Una de dos: o la hija es mala y merece ser castigada o el padre es malo y castiga injustamente. Uno de los dos miente y no es digno de confianza. Gran parte de la seguridad , la adaptación social y del sentido adulto de la autoestima de estas mujeres necesita del apoyo y la confiabilidad de sus parejas. El hecho de aceptar la opción alternativa representa la destrucción no solo de la familia sino de una parte importante de sus propias identidades. Existe una pequeña proporción de casos que son develados o descubiertos por las madres. Sin embargo, tan solo un ínfimo porcentaje es informado a las agencias de protección de la infancia. Las madres optan por no creer o por negociar una solución dentro del núcleo familiar.

5.La retractación.
Dice Summit acerca de este mecanismo que ocurre con tanta frecuencia y es utilizado para convertir a la víctima en víctimaria: “una niña es capaz de desdecir cualquier afirmación que haya hecho sobre el abuso sexual. Debajo de la rabia que motoriza el develamiento, las niñas descubren que los temores y las amenazas fundamentales que permitían mantener el secreto, son ciertas. Los padres las abandonan y las acusan de mentirosas. Las madres no les creen y se descompensan en cuadros de histeria y de furia descontrolada. Las familias se fragmentan y todos los hermanos son separados del hogar. Los padres se ven amenazados por la cárcel y la desgracia. Se responsabiliza a las niñas por haber generado este descalabro y todos las tratan como si fueran monstruos. Se las interroga sobre los detalles más escabrosos y se las alienta a incriminar a sus progenitores, a la vez que nadie incomoda a estos hombres que permanecen en sus hogares en la seguridad de sus familias. Las jóvenes son ubicadas en lugares sustitutos o en instituciones sin que se les brinde demasiada esperanzas de regresar a sus casas.
Una vez más las niñas son responsables tanto de preservar como de destruir a sus familias. La intervención de roles continúa cuando se sugiere que la alternativa mala consiste en decir la verdad y la opción buena la de capitular y mentir para el bien de la familia. A menos que se brinde especial apoyo a las niñas y se produzca una intervención inmediata para obtener la admisión de responsabilidad por parte de los padres, las víctimas proseguirán su evolución normal y se retractaran.
Esta sencilla mentira resulta mas creíble que las denuncias explícitas de acercamientos incestuosos. Confirma las expectativas adultas de que las niñas no son de fiar. Restablece el precario equilibrio familiar. Las niñas aprenden a no quejarse. Los adultos a no escuchar. Y las autoridades en no creer en las jóvenes rebeldes que utilizan su poder sexual para destruir a los padres bien intencionados.[1]



[1] SUMMIT, Roland C. Comentarios sobre el Síndrome de Acomodación al Abuso Sexual Infantil. Temas de maltrato infantil –Programa Familias del Nuevo Siglo. Año 1, nº 1; septiembre, 1997.

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