jueves, 10 de julio de 2008

Entendamos al estrés traumático infantil

Esta información proviene del National Traumatic Stress Network. www.NCTSNet.org . 2004

La mente, el cerebro y el cuerpo están programados para que hagamos que el peligro sea lo primordial para nosotros. Las cosas que representan un peligro cambian durante el transcurso de la niñez, de la adolescencia y de la adultez.
La forma en que nos sentimos ante un peligro depende de dos cosas: de cuán grave pensemos que pueda ser el peligro y de lo que creamos que podemos hacer para contrarrestarlo.
Los peligros pueden llegar a ser “traumáticos” cuando amenazan con producir graves lesiones o muerte. Las experiencias traumatizantes incluyen también la violación física o sexual del cuerpo. El presenciar actos de violencia, graves lesiones o una muerte grotesca puede ser igualmente traumático. En situaciones traumatizantes sentimos la amenaza inminente sobre nosotros o sobre otras personas y, con frecuencia, graves daños y desgracias las siguen de inmediato.
Para juzgar la gravedad del peligro, los niños pequeños dependen del “escudo protector” que les proveen los adultos y hermanos mayores y también dependen de ellos para su seguridad y bienestar.

Por razones fundamentales a la supervivencia, mucho después de la experiencia traumatizante, éstas continúan siendo prioridad en los pensamientos, emociones y comportamiento de los niños, de los adolescentes y de los adultos. Es posible que el miedo y otras emociones fuertes, así como las reacciones físicas intensas y la nueva manera de percibir los peligros del mundo se echen al fondo del barril, pero algunos sucesos y recordatorios podrían volver a sacarlas a flote:
• Primero, hay tres modos en que este tipo de experiencias se quedan clavadas en la memoria. Continuamos percibiendo imágenes inquietantes de lo sucedido. Sería posible que continuásemos pensando en esa vivencia o en el daño que ésta ocasionó. Es posible también que tengamos pesadillas. Estas vivencias hacen que tengamos reacciones físicas y emocionales muy agudas al enfrentarnos a diario con algo que nos recuerde el suceso. Es posible que tengamos dificultad para determinar si una nueva situación es segura y para no confundirla con la situación traumatizante por la que hemos pasado. Podríamos reaccionar de manera exagerada a lo que ha sucedido y actuar como si el peligro estuviese a punto de repetirse.
• Segundo, podríamos intentar evitar, por todos los medios, ciertas situaciones, ver a alguien o ir a lugares que nos recuerden lo sucedido y luchar continuamente para evitar que retornen los pensamientos, los sentimientos y las imágenes relacionadas con el suceso. Incluso es posible que “olvidemos” algunas de las peores partes de la experiencia, mientras al mismo tiempo seguimos reaccionando a los recuerdos de esos momentos.
• Tercero, es posible que el cuerpo continúe “en alerta”, que tengamos problemas para dormir, que nos tornemos irritables o que nos enojemos con facilidad. Es posible también que estemos más sobresaltados que antes, que nos asustemos al oír algún ruido, que tengamos dificultad para concentrar o poner atención y que tengamos síntomas físicos recurrentes, tales como dolores de cabeza y de estómago

¿Qué influencia tiene el desarrollo sobre las reacciones de estrés postraumático?

La edad, la fase de desarrollo, la madurez y la experiencia pueden influenciar la forma de reaccionar al estrés postraumático
Estudios recientes revelan que las experiencias traumáticas afectan el cerebro, la mente y el comportamiento hasta de niños muy pequeños y les ocasionan tipos de reacciones similares a las que se manifiestan tanto en niños mayores como en adultos.

Niños mayores

Es extremadamente duro para los niños muy pequeños sentir que no están protegidos cuando sucede algo traumatizante. Podrían reaccionar tornándose pasivos y callados y alarmándose con facilidad. Es posible que se sientan menos seguros aunque estén recibiendo protección. Algunos niños mantienen fija en su mente una acción central: que les están pegando, o que alguien se cae al suelo. Algunos tienen pensamientos sencillos relacionados con protección, por ejemplo, “Papi le pegó a mami y mami llamó a la policía”. Es posible que, en términos generales, los niños mayores se tornen más asustadizos, especialmente en lo concerniente a separaciones y nuevas situaciones. En circunstancias de maltrato por parte de un progenitor o de la persona que los cuida, los niños más grandecitos pueden confundirse en cuanto a dónde buscar protección y dónde existe una amenaza. Un niño podría responder a recordatorios muy generalizados, como al color rojo o al sonido del llanto de otro niño. Los efectos del miedo
pueden rápidamente obstruir el aprendizaje reciente. Por ejemplo, un niño puede empezar a orinarse en la cama de nuevo o a hablar como un chiquitín. Dado a que el cerebro del niño no tiene todavía la capacidad de silenciar los miedos, los niños de edad preescolar podrían tener fuertes reacciones de sobresalto, terrores nocturnos y arrebatos de agresividad.

Niños de edad escolar

Las reacciones postraumáticas de los niños de edad escolar incluyen una gama más amplia de imágenes y pensamientos intrusos. Los niños de edad escolar piensan sobre muchos momentos de terror durante la experiencia traumatizante que han vivido. También repasan lo que hubiese impedido que eso sucediera y qué hubiese logrado que los resultados hubiesen sido diferentes. Estos pensamientos pueden salir a relucir en lo que se denomina “juego traumático”.
Los niños de edad escolar responden a recuerdos muy concretos: a alguien con un peinado parecido al del abusante; a las barras para juegos infantiles (jungle gym) en el parque donde le dispararon a otro niño. Los niños pueden sentirse tan solos como lo estaban cuando uno de sus padres atacó al otro. Lo más probable es que lleguen a desarrollar nuevos temores específicos relacionados con el peligro original. Es muy posible que sientan “miedos recurrentes” y que el resultado de éstos sea el que evadan incluso participar en las actividades placenteras que solían disfrutar. Más que ningún otro grupo, los niños de edad escolar podrían pasar, a ratos, de un comportamiento tímido o retraído a una conducta inusualmente agresiva. Algunos llegan a contemplar pensamientos de venganza por algo que no hay modo de resolver. A esta edad se les pueden perturbar con facilidad los patrones normales de sueño. Algunos niños se mueven intranquilos aunque estén dormidos y hablan en sueños; por lo tanto se despiertan cansados. El no poder descansar aunque duerman, puede interferir con su capacidad de concentración durante el día y hacer que no puedan prestar atención. Puede hacérseles difícil estudiar porque están siempre en alerta, en espera de que algo suceda a su alrededor.

Adolescentes

Los adolescentes tienen dificultades adicionales con las reacciones al estrés postraumático. Es fácil que ellos interpreten muchas de estas reacciones como regresivas o infantiles. Es posible que interpreten sus reacciones como símbolos de “que están enloqueciendo”, de que son débiles o de que son diferentes a los demás. Algunos adolescentes se sienten abochornados por las rachas de miedo que los invaden y por las reacciones psicológicas exageradas que experimentan. Tal vez alberguen la creencia de que por su dolor y sufrimiento son únicos en su clase. Estas reacciones podrían tener como resultado la sensación de aislamiento personal. Las reacciones de aflicción, independientemente de cuán dolorosas pudieran ser, son más fáciles para ellos de comprender y de aceptar que las reacciones postraumáticas de estrés.

Los pensamientos postraumáticos de los adolescentes tienen que ver con comportamientos y selecciones que se remontan a mucho antes de que ocurriera la situación traumatizante. Los adolescentes son también muy sensibles a la impotencia de la familia, de la escuela y de la comunidad por no protegerlos y por no imponer justicia. A veces acuden más que antes a sus compañeros para poner en tela de juicio los riesgos y para tomar medidas de protección. Otra posible reacción es que empiecen a fascinarse por daños o por muertes grotescas y que se concentren demasiado en sus propias cicatrices que les sirven a diario de recordatorio del trauma.
Del mismo modo en que los niños más pequeños usan a veces el juego para reaccionar a sus experiencias, los adolescentes tienden a representar situaciones peligrosas y reaccionan con gran agresividad “protectora” a una situación muy cercana a ellos. Ante un recordatorio pueden conducirse yéndose a uno de dos extremos: tornarse tan imprudentes que puedan ponerse a sí mismos o a otros en peligro, o la conducta puede ser tan evasiva que podría hasta descarrilar sus años de adolescencia. La vida evasiva de un adolescente puede pasar desapercibida. Los adolescentes pueden tratar de deshacerse de sus emociones postraumáticas y de sus reacciones físicas mediante el uso de alcohol y drogas. Pueden esconder su incapacidad para dormir estudiando o viendo televisión hasta tarde en la noche, o yéndose continuamente de fiesta. Cuando se mezclan los pensamientos adolescentes de venganza con los sentimientos regulares de invulnerabilidad, resulta una combinación peligrosa.

Las reacciones de los niños y de los adolescentes al estrés postraumático pueden caer en una escala entre leve y grave, pueden durar por pocos o por muchos años, y mejorarse de vez en cuando pero sólo para empeorar en distintas ocasiones. Para entender estas diferencias hay que partir de la gravedad de la experiencia que tuvo el niño. Hay dos modos de juzgar la gravedad.
Primero, es importante tener en mente los detalles de lo que el niño ha tenido que pasar. mientras peor sea la violencia, mientras más amenazas y heridas, mientras más veces haya presenciado daños y muertes grotescas, más graves y posiblemente duraderas serán las reacciones de estrés postraumático. Una sola experiencia traumatizante puede contener muchas amenazas y pérdidas traumáticas, lo cual hace que la recuperación sea más complicada.
Segundo, la experiencia subjetiva que el niño ha tenido de lo que ha sucedido explica también la gravedad y duración de sus reacciones de estrés postraumático. Es importante entender cuán aterrorizado, espantado o impotente se siente el niño, y también hasta qué grado temía que lo hirieran o que lo mataran a él o a un ser querido. Por otra parte, la experiencia de violación de su cuerpo o de verse traicionado por uno de sus padres o por la persona a cargo de su cuidado puede conducir a reacciones más graves. La intensificación de sensaciones físicas o la sensación de irrealidad en ese momento podría agravar la intensidad y la duración de las reacciones postraumáticas. Sentir que algo que él hizo o dejó de hacer empeoró la situación podría también agravar las reacciones.

El trauma crónico o repetido

Es posible que los niños y los adolescentes nunca tengan ni el tiempo ni el respaldo para recuperarse de las reacciones de estrés ocasionado por un trauma cuando a éstas se les han sumado nuevas reacciones.
Haber pasado antes por sucesos traumatizantes nunca endurece a un niño. En cambio, los efectos pueden acumularse y cada vivencia sucesiva puede conducir a reacciones crónicas de estrés postraumático y a otras consecuencias de desarrollo. De hecho, es muy posible que un niño que hubiese pasado por experiencias traumáticas pueda tener reacciones más intensas al pasar por otro trauma.

Los factores para recuperarse del trauma

Con frecuencia, a las vivencias traumáticas y de pérdidas, se les suma una cascada de tensiones y de adversidades. Esto puede reducir enormemente la comodidad emocional y la ayuda práctica que los niños y adolescentes pueden recibir de su familia, de sus amigos, de la escuela y de la comunidad. A medida en que las dificultades aumentan, los niños y los adolescentes con frecuencia tienen problemas de comportamiento y sufren de depresión. La experiencia de otro trauma o de otra pérdida puede hacer que la recuperación sea aún más difícil. En medio de todos estos cambios, las subidas y bajadas de las reacciones en el transcurso del trauma pueden depender también de la frecuencia con la que el niño se enfrenta a cosas que le recuerden el trauma y de la pérdida.

Las diferencias individuales

Los niños difieren en cuanto a temperamento, inquietudes y miedos, puntos fuertes de su personalidad y modo de manejar los problemas. Estas diferencias pueden influenciar la recuperación del trauma.
Es importante entender que las situaciones de peligro y de trauma pueden ocasionar otros tipos de reacciones además de las del estrés postraumático.

El trastorno de estrés postraumático

Se diagnostica el trastorno de estrés postraumático (que también se conoce en inglés por las siglas (PTSD) cuando las reacciones de estrés postraumático son graves, continuas y cuando interfieren con el desempeño de las funciones diarias de los niños y adolescentes. Los niños y adolescentes que están de duelo o que están traumatizados pueden desarrollar síntomas de depresión y el trastorno de ansiedad de separación.

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